bioantropologia
Bioantropología
La reivindicación por la jornada semanal de 35 horas es algo que recuerdo con nostalgia. En los ochenta un albañil trabajaba 8 horas diarias, ahora trabaja un mínimo de 10 ampliables incluso a 15. Antes, con las 8 horas diarias de trabajo asalariado de un paisano vivía (o malvivía) una familia, ahora con las 10 o 12 horas diarias de él y las 10 o 12 de ella consume (o malconsume) una pareja que puede llegar a lo sumo a trinidad. Sencilla bioantropología: de las 8 o 10 horas diarias de los ochenta a las 20 o 24 horas diarias de la pareja actual va la vida. La prédica marxista se convierte en profecía cumplida: la dictadura de los trabajadores y la abolición de la propiedad privada se acercan. Hasta los de arriba trabajan más, se realizan en sus interminables reuniones y sufren ictus cerebrales como pago a sus usuras. Nos desvivimos por la carrera profesional, el trabajo (de trebejo, que significa “yugo) es axial en ese trozo irrecuperable de vida que es un día. Y para la mayoría, la propiedad privada está también a punto de desaparecer, pues propio, lo que se dice propio, sólo tienen el móvil, símbolo de su condición desarraigada. En Matrix, los seres humanos sin pelo que nacían para dar su bioenergía a las máquinas son la versión futurista de la actual pareja asturiana, calvo él por la mala vida, calva enseguida ella por padecer tinteholismo, y seres los dos cuya energía vital nutre la tecnoesfera. Gracias a los ingenieros, gracias a los informáticos, gracias por el Internet, por los móviles, por el coche per capita, gracias a la ciencia, que nos ha hecho más felices, que nos ha liberado del trabajo, que ha hecho que las máquinas trabajen por nosotros. Gracias, imbéciles ególatras.
La reivindicación por la jornada semanal de 35 horas es algo que recuerdo con nostalgia. En los ochenta un albañil trabajaba 8 horas diarias, ahora trabaja un mínimo de 10 ampliables incluso a 15. Antes, con las 8 horas diarias de trabajo asalariado de un paisano vivía (o malvivía) una familia, ahora con las 10 o 12 horas diarias de él y las 10 o 12 de ella consume (o malconsume) una pareja que puede llegar a lo sumo a trinidad. Sencilla bioantropología: de las 8 o 10 horas diarias de los ochenta a las 20 o 24 horas diarias de la pareja actual va la vida. La prédica marxista se convierte en profecía cumplida: la dictadura de los trabajadores y la abolición de la propiedad privada se acercan. Hasta los de arriba trabajan más, se realizan en sus interminables reuniones y sufren ictus cerebrales como pago a sus usuras. Nos desvivimos por la carrera profesional, el trabajo (de trebejo, que significa “yugo) es axial en ese trozo irrecuperable de vida que es un día. Y para la mayoría, la propiedad privada está también a punto de desaparecer, pues propio, lo que se dice propio, sólo tienen el móvil, símbolo de su condición desarraigada. En Matrix, los seres humanos sin pelo que nacían para dar su bioenergía a las máquinas son la versión futurista de la actual pareja asturiana, calvo él por la mala vida, calva enseguida ella por padecer tinteholismo, y seres los dos cuya energía vital nutre la tecnoesfera. Gracias a los ingenieros, gracias a los informáticos, gracias por el Internet, por los móviles, por el coche per capita, gracias a la ciencia, que nos ha hecho más felices, que nos ha liberado del trabajo, que ha hecho que las máquinas trabajen por nosotros. Gracias, imbéciles ególatras.
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