Monday, February 05, 2007

Pegacín en congreso

Que quien rija nuestra vida cotidiana y nuestros destinos sea una gerontocracia hortera, poco frugal y encubiertamente filicida se nota hasta en la arquitectura. En los últimos años más que invertir en carreteras para escapar, en auditorios, en museos de arquitecto de marca y demás megalomanías no se ha hecho. Medir el bienestar, porque hay quienes tienen las gónadas de medir así la bondad de su gestión, contando estas excrecencias de cemento es de imbéciles. Hace poco Villa dijo que era hora de hacer microsocialismo, que los megaproyectos ya no atraen electorado, ¿se habrá hecho taoísta el viejo de la cuenca? Entra una en esos auditorios a ese congreso-jornada-coloquio de power point perpetuo y canapé transparente, entra una en esas gigantescas cajas para la economía del turismo cognitario y se da cuenta de que la diferencia con los colegios e institutos es demasiado grande para ser casual. En Asturias los colegios e institutos visten sillas sesenteras, goteras, techos de uralita, paredes desconchadas y diseños carcelarios, es demasiada la diferencia como para que no grite una verdad eterna: la gerontocracia sigue mirándose el ombligo y sigue invirtiendo en sus entretenimientos, en cajas para operas, congresos y canapeos en los que poder codear su colesterol mental con otros seres de su especie. No me importa que las aulas sean cutres, educarse entre el diseño, lujo y asepsia de los auditorios y palacios de congresos tiene consecuencias elitistas, pero canta mucho, canta demasiado tanta inversión en construir no-lugares y carreteras, y tan poca en construir lugares para la educación, lugares con jardines que permitan dar clases mientras se pasea, lugares sin rejas, luminosos, de colores, aireados, más orgánicos, con plantas, con huerto... lugares para enraizarse, lugares a los que poder amar y querer defender… Despierto de mi sueño utópico, que llega el catering.

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