Tuesday, June 10, 2008

Orgullosas

llevaba siglos sin escribir, ahí va el torrente.
sigo con mal café político, pero pronto iniciaré ciclo de buen Karma:


Escuchamos emocionadas los comentarios de la maestra sobre nuestros hijos: el guaje ye listo y un pelín vago. Y repetimos orgullosas que nuestro hijo es listísimo aunque le cuesta concentrarse. (La profe dijo eso por no herir nuestro orgullo génetico, en realidad quería soltarnos que el crío es un cafre y un listillo que sólo sabe repetir la canción del Chiquilicuatre y que de buena gana le daba dos hostias).
Alabamos a voces a la criatura por ver si la de al lado confirma el diagnóstico y se une al coro. Y una mierda, Jairo es un gordo que no aprobará ni psicotécnicos y que da el perfil de cocainómano al estilo Paquirrín. Y va a tener que tomar Danacol porque ya le asoman las varices.
El otro orgullo. Me dijo la médica que tengo depresión. Ala, a grito pelado en la parada del tren. Y que tenía que seguir un tratamiento muy fuerte y que tuviera cuidado porque bla bla bla. Ala, a vocear orgullosa la depresión. Eso sí, los oncozapatos, las mechas y los dos kilos de pintalabios por belfo que no falten. Tenía yo otra imagen de la melancolía.
A mí me diagnosticaron una hernia, fibromialgia y ansiedad, ahí queda eso. Dice otra mientras apura orgullosa el culete de sidra.
A mí, a mí, lo que me diagnosticaron fue vergüenza. Porque a mí me daría vergüenza mostrarle al mundo mis flaquezas. No es adaptativo. Sería como espatarrarse y mostrarle llagas purulentas a un tigre en vez de echar a correr.
Para saber por qué estos ridículos hábitos son habitualmente femeninos puede consultarse sin ir más lejos, aprovechando el cavudeañu, a Simon de Beauvoir.
Sí, me doy el lujo de burlarme de las de mi género. No soy Reverte, pero tampoco pienso compadecerme perpetuamente de nosotras las mujeres.

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