Monday, April 16, 2007

Ciona

En el fondo del mar viven unos animales llamados Ciona intestinalis. Sólo tienen una entrada y una salida para el agua, no se mueven y apenas cuentan con un primitivo cerebro digestivo, pero para reproducirse generan unas semillas con un cerebro capaz de percibir luz y tacto y de distinguir arriba de abajo. Son muy activas, nadan apresuradamente buscando la roca en la que vivir para siempre y tienen poco tiempo, pues se alimentan de una yema propia que les dura una hora. Cuando ven una roca que les gusta se acoplan y absorben su propio cerebro, en adelante ya no lo necesitarán, sólo les servía para buscar esa roca. Es al desprenderse de la colonia madre, al buscarse la vida por esos mundos marinos que las Cionas segregan cerebro, el resto del tiempo vegetan. Que un protocerebro emerja por imperativos motrices y que al fijarse espacialmente desaparezca dice mucho. Es el viaje, la migración, la búsqueda de los garbanzos y de la vivienda lo que nos obliga a acrecentar nuestro currículum vitae. Se nos crecen mil protocerebros (cerebritos idiomáticos, informáticos, relacionales, trepas…) para engordar la cuenta corriente que nos permita encontrar la roca en que fijarnos y vegetar el resto de nuestra vida. Decimos que ciertas personas desde que compraron piso y se casaron se han amodorrado, ya no brillan, ya no divierten. Aburren, envejecen, se han comido su cerebro, como la Ciona. Pero, ¿se puede ser eternamente una semilla de Ciona, si sólo dura la yema una hora? ¿La movilidad perpetua acrecentará nuestro cerebro o lo colapsará de ansiedad? Esa yema, el capital natural que nos nutre, se acaba de tanta movilidad, y nuestro cerebro diseminado en soportes de sílice crece más y más, lo que no quiere decir que el que llevamos sobre los hombros esté muy adaptado.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home