Thursday, January 25, 2007

miss anthropa

Miss Anthropa (me darán cortesía el Maki por su peculiar fonética sintáctica y la sonia por emitir palabras polivalentes)
Para que llueva se necesita humus que guarde y genere humedad, esto sólo lo permiten los bosques, pero sobre su húmedo humus echan los humanos asfalto y cemento. Quien no conozca el ciclo del agua que devuelva su título de EGB y su cargo político. Pero no sirve reforestar con eucalipto, como proyectan hacer con Asturias, porque no se pudre, no da humedad, no segrega humus, sólo incendios. Aviso porque, bajo el protocolo de Kyoto, ya hay empresas que compran y venden derechos de contaminación fabricando bosques rápidos de eucalipto. Cuidado con el Monopoly Kyoto. Están talando bosques autóctonos en Ecuador y Uganda y se están desplazando seres humanos de esos bosques que hacen humus para reforestarlos con eucalipto. Los economistas laureados en masters varios matan tres pájaras de un tiro: fabrican bosques con rapidez y fluidez de pasta (venderán esos eucaliptos pronto), ganan derechos de contaminación por fabricar dichos bosques y mejoran el invento marketinero ese de la “imagen social corporativa” que ya no engaña ni a Heidi (y a esta cría menos, los actuales Alpes sin nieve han hecho de ella una lúcida pesimista). Con Kyoto vuelven las bulas, aquellos caros permisos que permitían ayer pecar y hoy contaminar. Este mercadeo llegará a Asturias, medrarán todos, sociatas, peperos y nacionalistas, apuesto mi título de Miss Anthropa. Y los de abajo nada haremos porque ansiamos ser arriba. Que siga el ski, que siga el golf, el coche, el móvil, el turismo, la agricultura industrial, que sigan; que tengamos siempre cuatro cuartos para invertir en cemento, para jugar a la bolsa, a las cuentas naranjas, a los planes de pensiones; que corra la pasta, que corra y que las Navidades sigan blancas de la farlopa, alcemos nuestra copa carbonatada y brindemos: ¡se pudran los futuros, quien venga detrás que arree!

Monday, January 15, 2007

pegacin en congreso

Pegacín en congreso

Que quien rija nuestra vida cotidiana y nuestros destinos sea una gerontocracia hortera, poco frugal y encubiertamente filicida se nota hasta en la arquitectura. En los últimos años más que invertir en carreteras para escapar, en auditorios, museos de arquitecto de marca y demás megalomanías no se ha hecho. Medir el bienestar, porque hay quienes tienen las gónadas de medir así la bondad de su gestión, contando estas excrecencias de cemento es de inconscientes y algo peor. Porque, adivina adivinanza, ¿quién se va a forrar vendiendo los praos donde se construirá el nuevo hospital central? Adivina adivinanza, un viejo con mucha panza. Entra una en esos auditorios a ese congreso-jornada-coloquio de power point perpetuo y canapé transparente, entra una en esas gigantescas cajas para la economía del turismo cognitario y se da cuenta de que la diferencia con los colegios e institutos es demasiado grande para ser casual. En Asturias los colegios e institutos visten sillas sesenteras, goteras, techos de uralita, paredes desconchadas, diseños carcelarios, es demasiada la diferencia como para que no grite una verdad eterna: la gerontocracia sigue mirándose el ombligo y sigue invirtiendo en sus entretenimientos, en cajas para operas, congresos y canapeos en los que poder codear su colesterol mental con otros seres de su especie. No me importa que las aulas sean cutres, educarse entre el diseño, lujo y asepsia de los auditorios y palacios de congresos debe tener consecuencias elitistas, pero canta mucho, canta demasiado tanta inversión en construir no lugares y carreteras y tan poca en construir lugares para la educación, lugares con jardines que permitan dar clases mientras se pasea, lugares sin rejas, luminosos, de colores, aireados, más orgánicos, con plantas, con huerto... lugares para enraizarse, lugares a los que poder amar y querer defender ¡Despierta, que te está sonando el móvil!

celulitis mental

Celulitis mental


En 1972 la revista Vogue puso en circulación un concepto que habría de aguarle la merienda a muchas mujeres y pagar el cocido de científicos megalómanos venidos a menos: celulitis. El hecho existía, pero no su palabra y hasta esa fecha no pensaron las mujeres en acorralar la carne de la mujer adulta que es la celulitis. Con la celulitis se constata que en el principio era el Verbo y que luego le siguió la carne, carne masajeada, exfoliada, tonificada, enervada… Poner nombre a algo ubicuo e inevitable y demonizarlo con un “itis” final fue una obra maestra verbal de la ciencia capitalista que ha generado millones de billetitos a unas empresa farmacéuticas que, entre ésta y otras miserias más actuales, ya son hoy, en su papel de vidatenientes, la versión posmoderna del cacique terrateniente. La revista Vogue, por su parte, bien. Orgullosa de publicar artículos científicos, orgullosa de contribuir al bienestar de las mujeres y orgullosa de forjar en estos 35 años un gran imperio económico anunciando anticelulíticos, antiarrugas, antibrillos y demás virus mentales inoculados a mujeres de alto, medio y bajo cajero.
En el 2006 murieron en España 1200 personas por terrorismo patronal (denominado accidente laboral por higienistas verbales). 1200 cuerpos de carne quemada, atrapada, reventada, dislocada, 1200 cuerpos de carne que casi nunca fue de gerentes, encargados, o directivos. Pero los medios de comunicación no nos enseñaron a evitar a toda costa esa carne reventada, casi nadie nos enseñó a perseguir estos crímenes. Nos enseñaron a perseguir ciertos conceptos y terrores y a asumir como inevitable los terrores del trabajo que causa bastantes más bajas. Tanta gente en este país que sube y baja movilizada por las Vogue políticas y que sin embargo asume el terrorismo patronal casi como si fuera un hoyuelo que agracia el rostro…

bioantropologia

Bioantropología

La reivindicación por la jornada semanal de 35 horas es algo que recuerdo con nostalgia. En los ochenta un albañil trabajaba 8 horas diarias, ahora trabaja un mínimo de 10 ampliables incluso a 15. Antes, con las 8 horas diarias de trabajo asalariado de un paisano vivía (o malvivía) una familia, ahora con las 10 o 12 horas diarias de él y las 10 o 12 de ella consume (o malconsume) una pareja que puede llegar a lo sumo a trinidad. Sencilla bioantropología: de las 8 o 10 horas diarias de los ochenta a las 20 o 24 horas diarias de la pareja actual va la vida. La prédica marxista se convierte en profecía cumplida: la dictadura de los trabajadores y la abolición de la propiedad privada se acercan. Hasta los de arriba trabajan más, se realizan en sus interminables reuniones y sufren ictus cerebrales como pago a sus usuras. Nos desvivimos por la carrera profesional, el trabajo (de trebejo, que significa “yugo) es axial en ese trozo irrecuperable de vida que es un día. Y para la mayoría, la propiedad privada está también a punto de desaparecer, pues propio, lo que se dice propio, sólo tienen el móvil, símbolo de su condición desarraigada. En Matrix, los seres humanos sin pelo que nacían para dar su bioenergía a las máquinas son la versión futurista de la actual pareja asturiana, calvo él por la mala vida, calva enseguida ella por padecer tinteholismo, y seres los dos cuya energía vital nutre la tecnoesfera. Gracias a los ingenieros, gracias a los informáticos, gracias por el Internet, por los móviles, por el coche per capita, gracias a la ciencia, que nos ha hecho más felices, que nos ha liberado del trabajo, que ha hecho que las máquinas trabajen por nosotros. Gracias, imbéciles ególatras.